Ir al contenido principal

Biografía: cómo aprendí

esther álvarez: cómo me hice pintora de óleos


Esta es mi historia.

La historia desde el sueño de pintar óleos hasta el hecho de pintar sueños en óleos. Es la historia de una mujer, una madre, una esposa y una trabajadora, con un sueño.

Es la pasión y la desatención. Es la historia del miedo a exponer mis obras y las ganas de que mis obras sean expuestas. Es la historia de un exceso de autocrítica y miedo a valorar lo que hago y el ferviente deseo de poner en valor y mostrar el producto de mis pinceles.

Y como toda historia, tiene un principio.

Hacia finales de la última década del siglo XX, año 1998 o 1999, di por fin rienda suelta a mi deseo de pintar y ser pintora así que me inscribí en una academia ubicada por la calle Ramón y Cajal en mi ciudad natal, Santa Cruz de Tenerife.

La academia estaba liderada por dos estudiantes de Bellas Artes con quienes aprendí las bases para encajar un cuadro, mis primeros pasos por la teoría del color, mi primera comprensión de lo que es capaz de hacer un pincel o un simple carboncillo.

Quizás fue porque esta joven pareja me abrió las puertas al arte y daba rienda suelta a mi sueño de pintar óleos. Quizás fue por otro motivo. Desde luego no fue por la calidad artística de aquellos primeros cuadros ni obras. Pero sea por el motivo que sea los recuerdo con profundo cariño y agradecimiento.

Después de una pausa en ese proceso de aprendizaje y un periodo de varios años navegando por mi propio proceso de aprendizaje autodidacta sentí la necesidad de volver a ser guiada por otra artista.

Y acabé en un centro ubicado en el barrio de El Toscal, en mi misma ciudad, con una profesora a la vez que pintora que, nunca supe el motivo, no quería enseñarme a pintar óleos y se empeñaba en que aprendiese acrílicos o pasteles.

Años después entendí el motivo. El óleo no es una técnica rápida ni agradecida. Hay que tener una visión muy a largo plazo para ir creando una obra capa a capa, dejando largos periodos de tiempo entre una y otra para que se seque bien. Sí, puedes hacerlo deprisa y corriendo, emborronando y saturando de color y pigmento el lienzo de algodón. Pero no es así como yo quería pintar.

En esa academia me sentía igual que cuando aprendía por mi cuenta en casa. Iba por libre con escasa guía, superando cada error a base de constancia y ganas.

Así que volví a tener otra larga pausa en mi aprendizaje donde volví a progresar por mi cuenta, mucho más lento, pero saboreando cada tropiezo, cada error, cada insatisfacción, porque eso me acercaba a una idea, a algo que quería conseguir pero aún no sabía qué.

Años después volví a las aulas, esta vez en el Patio del Arte, quizás mi estancia más larga en una academia. De quién mejor recuerdo tengo y a quién más agradezco sus enseñanzas es de Don Ramón. Y pongo aquí el don no por su edad sino por respeto hacia el artista.

Mis moras, en parte, son obra de su orientación (no de su mano, sino de su guía). Es uno de mis mejores cuadros y el que supuso haber encontrado eso que tanto perseguía.

Pintar naturalezas vivas y fantasía buscando el realismo pero nunca el híperrealismo ni la perfección. Mis cuadros se han ido centrando en dos motivos. Naturalezas vivas que fotografiaba (porque no quería pintar algo inerte y tampoco podía pasarme meses delante de una flor) o fantasía, que es algo que me apasiona. Fantasía que va desde el concepto de las hadas hasta referencias históricas como un casco griego.

Cada cuadro va representando un momento de mi vida que se entremezcla con todas las cosas que sigo siendo: mujer, lo primero, pero también madre y esposa y trabajadora y cuidadora y amante y amiga.

Después de una etapa en el Patio del Arte dejé la academia para volver al proceso autodidacta de aprendizaje, siempre lento, siempre lleno de errores. Cada uno de mis cuadros tienen un largo proceso de hacer y deshacer hasta encontrar aquello que mis ojos veían como hermoso y significativo.

Pero, como la vida es cabezota, volví a mis estudios en San Cristóbal de La Laguna, en una academia ubicada en la calle Herradores pero como antaño pasara con mi paso por la academia de El Toscal, no sentía que aprendiese nada.

Nuevamente quien me tenía que enseñar no quería que pintase óleos. Acrílicos, acuarelas o pasteles tenían que ser preferibles al dichoso, al laborioso, al difícil óleo.

Pero yo quería pintar a la antigua. Estaba enganchada a la trementina y el aceite de linaza (metafóricamente hablando, se entiende). Así que no pasé mucho tiempo y después de otro breve paso por el Patio del Arte en Santa Cruz de Tenerife dejé las academias definitivamente.

La necesidad, el día a día, la salud, el trabajo, los compromisos pero también el ciclismo, la montaña, el entrenamiento, la aventura y el descubrimiento hicieron que de nuevo volviera a hacer otra larga pausa en mi producción artística hasta que he vuelto a los pinceles en 2024.

Volviendo a descubrir que sigo enamorada de mis pinceles y mis lienzos.

Profundamente enamorada.

(Es posible que este relato tenga algunos saltos de fechas. Lo escribo desde mi memoria y desde los recuerdos siempre subjetivos y personales, pero reales.)

---

Cada obra es única

Con este relato de mi proceso de aprendizaje continuo pintando óleos quiero señalar y remarcar una cosa muy importante.

Cada una de mis obras es única.

No hay dos copias ni dos versiones ni nada parecido.

En un mundo locamente digital donde el arte se ha convertido en un producto de AliExpress o estampaciones en tazas (y lo digo sin ánimo de crítica, solo como una descripción de la realidad), yo me niego a hacer eso con mi obra.

Como antaño pasase con todos los pintores y artistas, conocidos o no, famosos o no, cada obra es absolutamente única.

Las obras no han sido digitalizadas, solo fotografiadas como quien fotografía un objeto cualquiera. Y son las fotos que puedes ver en esta web.

  • No se han impreso copias en ningún soporte.
  • No se han comercializado versiones.
  • Nada, absolutamente nada.

Cuando compres ese cuadro que te enamora estás comprando una única obra existente en todo el planeta.

No hay otro naranjero como mi naranjero que, además, es un óleo basado en una fotografía hecha por mí... del naranjero que hay en mi huerta. Una foto de un momento único con una tela de araña única y espectacular. Algo que no volverá a repetirse jamás.

Algo que no podrás con tus propios ojos nunca, excepto a través de mi óleo.

Entiendo que los precios puedan parecerte un disparate. Pero mis obras no son para quienes compran un objeto de decoración en Ikea (lo que no critico y sí respeto). Y mis obras tampoco son para snobs que les gusta lucir una firma famosa para alardear de lo que tienen en el salón. Si eres de ese tipo de comprador, entonces lo que yo hago no te interesa.

Cada cuadro es producto de muchos meses de paciente trabajo aplicando finas capas de pigmento (y no gruesos pegotes). La mayoría, los mejores, los más caros, están basados en fotografías propias o de mi pareja. Aunque, es cierto, encontrarás algunos basados en otras obras como ejercicio de reinterpretación. Algo que hice más de una vez solo porque esa imagen me fascinó.

Cada cuadro tiene una historia detrás, una emoción y una intención.

Así que al comprar ese cuadro que estás observando con cariño en esta web estás haciendo una inversión en algo exclusivo que tendrás tú. Y solo tú. Más que exclusivo. Único.

Ni siquiera yo, la autora, lo tendré.

Creo que era importante remarcar esta absoluta exclusividad en la obra. Algo que ni Ferrari ni Rolex ni Louis Vuitton te darán jamás.

Incluso no la exclusividad. Quizás no sea la palabra adecuada.

La unicidad.

Todo lo que necesitas en Arte está en Amazon
© 2020 Esther Álvarez

Designed by Open Themes & Nahuatl.mx. Personalizado por Angel(2)Cabrera.